sábado, 30 de enero de 2010
El Movimiento feminista fue un movimiento para conseguir la igualdad política, social y económica entre mujeres y hombres. Algunos de los derechos de igualdad que se reivindican son el control de la propiedad privada, la igualdad de oportunidades en la educación y el trabajo, el derecho al sufragio o voto libre y la libertad sexual.
El movimiento feminista, también conocido como movimiento por la liberación de la mujer, surgió en Europa a finales del siglo XVIII. A pesar de que ya en 1970 la mayoría de las mujeres en el mundo habían conseguido mejorar sus derechos, todavía está pendiente la total igualdad con el hombre a nivel político, económico y social.
El movimiento feminista está compuesto por diferentes elementos sin una estructura jerárquica. Aunque no se basa en un conjunto de principios formales, su idea central es que las mujeres sufren una opresión no compartida por el hombre y de la que, por lo general, los hombres son los beneficiarios políticos, sociales, emocionales y económicos.
Cuando el feminismo occidental resurgió en la década de 1960, el movimiento defendía preferentemente que las experiencias individuales de subordinación de la mujer no eran incidentes aislados debidos a diferencias particulares de personalidad, sino la expresión de una opresión política común. También se esgrimió la idea de hermandad, pero este concepto ha sido muy criticado por incoherente, ya que dentro del movimiento se mantienen prejuicios de raza y clase social. En los últimos años, tanto las diferencias como las similitudes entre mujeres han pasado a ser objeto de investigación académica.
El movimiento feminista sigue tres líneas de actuación: exploración de una nueva solidaridad y conciencia (que facilita la valoración de las posiciones política y social), realización de campañas a favor de temas públicos y el estudio del feminismo.
El Siglo de las Luces (con su énfasis político en la igualdad) y la Revolución Industrial (que originó enormes cambios económicos y sociales) crearon un ambiente favorable a finales del siglo XVIII y principios del XIX para la aparición del feminismo y de otros movimientos reformadores. En la Francia revolucionaria los clubes republicanos de mujeres pedían que los objetivos de libertad, igualdad y fraternidad se aplicaran por igual a hombres y mujeres. Pero la aprobación del Código Napoleónico, basado en la legislación romana, cortó en Europa cualquier posibilidad reivindicativa en ese sentido. En Inglaterra, Mary Wollstonecraft publicó Vindicación de los derechos de la mujer (1792), el primer libro feminista que pedía la igualdad en un tono decididamente revolucionario.
Con la Revolución Industrial la transformación de los trabajos manuales (realizados desde la antigüedad por las mujeres de forma gratuita) hacia un modelo de producción masiva mecanizada permitió a las mujeres de las clases bajas trabajar en las nuevas fábricas. Esto supuso el comienzo de su independencia y proletarización: las condiciones de trabajo no eran buenas y sus salarios, inferiores a los de los hombres, estaban controlados legalmente por sus maridos. Al mismo tiempo se consideraba que las mujeres de la clase media y alta debían permanecer en casa como símbolo decorativo del éxito económico de sus maridos. La única alternativa para las mujeres respetables de cualquier clase era el trabajo como profesoras, vendedoras o doncellas.
En Europa surgieron algunos grupos feministas que no tuvieron gran repercusión. La Iglesia católica se opuso al feminismo argumentando que destruía la familia patriarcal. En los países agrícolas se mantenían las ideas tradicionales y en las sociedades industriales las reivindicaciones feministas tendían a ser sofocadas por el movimiento socialista.
El feminismo tuvo mayor aceptación en Gran Bretaña, protestante en su mayor parte y muy industrializada, y en Estados Unidos. Sus dirigentes eran mujeres cultas y reformistas de la clase media. En 1848 más de 100 personas celebraron en Seneca Falls, Nueva York, la primera convención sobre los derechos de la mujer. Dirigida por la abolicionista Lucretia Mott y la feminista Elizabeth Cady Standton, entre sus principales exigencias solicitaron la igualdad de derechos, incluido el derecho de voto, y el fin de la doble moralidad. Las feministas británicas se reunieron por primera vez en 1855. La publicación (1869) de Sobre la esclavitud de las mujeres de John Stuart Mill (basado en gran medida en las conversaciones mantenidas con su mujer Harriet Taylor Mill) atrajo la atención del público hacia la causa feminista británica, sobre todo en lo relativo al derecho de voto. Hasta finales del siglo XIX y bien entrado el XX no se incluyó este derecho en las Constituciones de los países. En España se concedió en 1932, en la II República.
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Principales obstaculos del movimiento feminista:
No todos los sectores aceptaron o reivindicaron estos peticiones. La Iglesia será el freno más importante, ya que también se pidió la libertad sexual que la Iglesia creía iba contra el matrimonio. La tradición será también un fuerte obstáculo.
De todas maneras, la mujer dentro del hogar buscará estrategias para poder liberarse: por ejemplo, dirigir la economía familiar.
A las mujeres nunca se pretendió darles la palabra, simplemente se les permitió reconocerla. El silencio, como dictaba la tradición, se presentaba como su mejor atributo. Sylvain Marechal, conocido revolucionario francés formuló un proyecto de ley, en 1801, para prohibir aprender a leer a las mujeres. El mencionado proyecto de Marechal había llegado a decir: "la Razón quiere que las mujeres que se obstinen en escribir libros no se les permita tener hijos".
Por otra parte, Jules Michelet, miembro del antifeminismo francés afirmaba que el poder político debía estar en manos de los hombres, a Proudhon quien, en unas provocativas declaraciones que nunca fueron desmentidas, aseguraba que las mujeres sólo podían ser o prostitutas (coutisanes) o amas de casa (ménagères). Incluso Honoré Daumier, artista y caricaturista de renombre que apoyó la Comuna de París, ridiculizó a las feministas que abogaban por la reintroducción del divorcio y la mejora de la educación femenina, presentándolas como divorceuses o bas-bleus, como intelectuales que desatendían a sus maridos y sus hogares.
Otra obra de amplia aceptación fue la de Theodore Joran, abanderado del antifeminismo francés, cuyo libro más importante La mentira del Feminismo fue publicado en 1905 y recibió un premio de la Academia francesa. Otro texto suyo, editado en España en 1907, Alrededor del Feminismo, era presentado por la traductora como “profilaxis social” frente al feminismo que extendía sus tentáculos en España. Joran vinculaba el feminismo con el anticlericalismo, definía a la mujer por su instinto y su proximidad a la naturaleza animal, y retomaba todos los tópicos antifeministas: que su principal y “sublime” misión es la reproducción, que las emancipadas no paren buenos hijos y son malas madres, que la mujer debe ser “sana y tonta”, que debe abstenerse de rivalizar con los hombres, etcétera.
Pero, sin duda, el texto que más contribuyó a difundir las tesis del antifeminismo en España y en toda Europa fue un folleto publicado en 1903, La Inferioridad mental de la mujer establecida por la Psicología, de Paul Moebius, médico y psiquiatra alemán que alcanzó fama internacional con su estudio de las diferencias anatómico-fisiológicas del cerebro. Moebius ratificaba la relación entre el tamaño del cráneo y las facultades mentales, y concluía que la mujer, como los animales, se guía por su instinto y por sus órganos sexuales.
De todas maneras, la mujer dentro del hogar buscará estrategias para poder liberarse: por ejemplo, dirigir la economía familiar.
A las mujeres nunca se pretendió darles la palabra, simplemente se les permitió reconocerla. El silencio, como dictaba la tradición, se presentaba como su mejor atributo. Sylvain Marechal, conocido revolucionario francés formuló un proyecto de ley, en 1801, para prohibir aprender a leer a las mujeres. El mencionado proyecto de Marechal había llegado a decir: "la Razón quiere que las mujeres que se obstinen en escribir libros no se les permita tener hijos".
Por otra parte, Jules Michelet, miembro del antifeminismo francés afirmaba que el poder político debía estar en manos de los hombres, a Proudhon quien, en unas provocativas declaraciones que nunca fueron desmentidas, aseguraba que las mujeres sólo podían ser o prostitutas (coutisanes) o amas de casa (ménagères). Incluso Honoré Daumier, artista y caricaturista de renombre que apoyó la Comuna de París, ridiculizó a las feministas que abogaban por la reintroducción del divorcio y la mejora de la educación femenina, presentándolas como divorceuses o bas-bleus, como intelectuales que desatendían a sus maridos y sus hogares.
Otra obra de amplia aceptación fue la de Theodore Joran, abanderado del antifeminismo francés, cuyo libro más importante La mentira del Feminismo fue publicado en 1905 y recibió un premio de la Academia francesa. Otro texto suyo, editado en España en 1907, Alrededor del Feminismo, era presentado por la traductora como “profilaxis social” frente al feminismo que extendía sus tentáculos en España. Joran vinculaba el feminismo con el anticlericalismo, definía a la mujer por su instinto y su proximidad a la naturaleza animal, y retomaba todos los tópicos antifeministas: que su principal y “sublime” misión es la reproducción, que las emancipadas no paren buenos hijos y son malas madres, que la mujer debe ser “sana y tonta”, que debe abstenerse de rivalizar con los hombres, etcétera.
Pero, sin duda, el texto que más contribuyó a difundir las tesis del antifeminismo en España y en toda Europa fue un folleto publicado en 1903, La Inferioridad mental de la mujer establecida por la Psicología, de Paul Moebius, médico y psiquiatra alemán que alcanzó fama internacional con su estudio de las diferencias anatómico-fisiológicas del cerebro. Moebius ratificaba la relación entre el tamaño del cráneo y las facultades mentales, y concluía que la mujer, como los animales, se guía por su instinto y por sus órganos sexuales.
Neofeminismo: el Feminismo en la decada de los años sesenta y ochenta
La consecución del voto y todas las reformas que trajo consigo habían dejado relativamente tranquilas a las mujeres; sus demandas habían sido satisfechas, vivían en una sociedad legalmente cuasi-igualitaria y la calma parecía reinar en la mayoría de los hogares. Sin embargo, debía ser una clama un tanto enrarecida, pues se acercaba un nuevo despertar de este movimiento social. La obra de Simone de Beauvoir es la referencia fundamental del cambio que se avecina. Tanto su vida como su obra son paradigmáticas de las razones de un nuevo resurgir del movimiento. Tal y como ha contado la propia Simone, hasta que emprendió la redacción de El segundo sexo apenas había sido consciente de sufrir discriminación alguna por el hecho de ser una mujer. La joven filósofa, al igual que su compañero Jean Paul Sartre, había realizado una brillante carrera académica, e inmediatamente después ingresó por oposición -también como él- a la carrera docente. ¿Dónde estaba, pues, la desigualdad, la opresión? Iniciar la contundente respuesta del feminismo contemporáneo a este interrogante es la impresionante labor llevada a cabo en los dos tomos de El segundo sexo (1949). Al mismo tiempo que pionera, Simone de Beauvoir constituye un brillante ejemplo de cómo la teoría feminista supone una transformación revolucionaria de nuestra comprensión de la realidad. Y es que no hay que infravalorar las dificultades que experimentaron las mujeres para descubrir y expresar los términos de su opresión en la época de la "igualdad legal". Esta dificultad fue retratada con infinita precisión por la estadounidense Betty Friedan: el problema de las mujeres era el "problema que no tiene nombre", y el objeto de la teoría y la práctica feministas fue, justamente, el de nombrarlo. Friedan, en su también voluminosa obra, La mística de la feminidad (1963), analizó la profunda insatisfacción de las mujeres estadounidenses consigo mismas y su vida, y su traducción en problemas personales y diversas patologías autodestructivas: ansiedad, depresión, alcoholismo (24). Sin embargo, el problema es para ella un problema político: "la mística de la feminidad" -reacción patriarcal contra el sufragismo y la incorporación de las mujeres a la esfera pública durante la Segunda Guerra Mundial-, que identifica mujer con madre y esposa, con lo que cercena toda posibilidad de realización personal y culpabiliza a todas aquellas que no son felices viviendo solamente para los demás.